A propósito del amor «libre»
Enviado por Gavroche en Mar, 25/02/2020 – 11:23
Bajo el nombre de «amor libre» muchas personas han encontrado una forma eficaz de ocultar sus miserias; en ocasiones relaciones totalmente tóxicas que llegan a derivar en maltrato. Otras han encontrado la ocasión perfecta para mirar por encima del hombro a cualquier hijo o hija de vecino, creyéndose mejores al envestirse con el ideal ácrata; llamando de forma diferente a lo que hacen exactamente igual que el resto de mortales. En ocasiones hay quien se sirve de este barniz ideológico para atacar cualquier forma de relación que se salga un milímetro de la estrecha mirada con la que entienden el concepto. Se ha puesto de moda, por ejemplo, atacar cualquier expresión de monogamia, fidelidad o incluso -desde algunas vertientes ideológicas postmodernas- las mismas relaciones heterosexuales (brillante manera de prevenir la homofobia, u otros tipos de discriminación).
Ciertamente a todas estas personas que he descrito les resultará especialmente perturbador saber que el término «amor libre» comenzó a utilizarse para describir fundamentalmente las relaciones monógamas y heterosexuales, uniones entre dos personas de diferente sexo en las que no se permitía que el Estado o la Iglesia metieran su hocico. La unión era «libre» en el sentido que no había sido santificada por las instituciones mencionadas. Habrá quien vea en todo lo dicho una especie de sacrilegio -y no únicamente los curas. Sea como sea, también es cierto que aquellas/os militantes de principios de siglo también denunciaron el matrimonio (aunque se llevaron a cabo «matrimonios sindicales»), ridiculizaron el hecho de mantenerse virgen hasta el citado momento, criticaron el rol pasivo que se pretendía asumiera la mujer en las relaciones, y otras tantas cuestiones.
Pero ésta fue de hecho la forma mayoritaria de entender el «amor libre» dentro del movimiento libertario hasta prácticamente el bluf llamado mayo del 68, cuando se produjo un cambio por indudable inspiración del movimiento hippie y otras expresiones contraculturales. Hubo antes de esto, es cierto, una corriente minoritaria asociada a cierto tipo de anarquismo individualista que entendió el «amor libre» a su particular manera. Émile Armand (1872-1962), el principal representante de esta tendencia, había abandonado a su mujer a finales del siglo XIX para entregarse a la promiscuidad («pluralismo amoroso»), teorizando posteriormente sobre la misma. Rechazaba el compromiso en las relaciones, y destacaba el carácter puramente lúdico del sexo. De ahí surgió su teoría de la «camaradería amorosa», que se refería básicamente a grupos de afinidad conformados con el único objetivo de mantener relaciones sexuales entre sus miembros. Armand publicó libros como L’anarchisme individualiste (1916) o La Révolution sexuelle et la camaraderie amoureuse (1934), además de la revista L’en dehors (1922-1939). Declaradamente antisindicalista no tuvo mucho éxito en el movimiento libertario español, dominado por el anarcosindicalismo. Su influencia llegó únicamente a algunas revistas como Ética, Iniciales o Al Margen, que difundieron su pensamiento, o autores como Mariano Gallardo. Pero esta forma de entender el «amor libre» fue puramente marginal en aquella época. A pesar de presentar una visión más promiscua del amor, estos grupos criticaron los encuentros puramente físicos, considerando que se precisaba la existencia previa de afecto dentro de los grupos.
No es mi propósito defender una forma concreta de entender las relaciones afectivas, amorosas o sexuales. Lo que quiero poner de manifiesto es la cerrazón de ciertas cabezas que quieren interpretarlo todo desde un prisma ideológico idealizado, totalmente irrealista y frecuentemente hipócrita. A colación de esto podemos situarnos en la actualidad. El pasado San Valentín vimos el mismo postureo de todos los años en redes sociales. Se ha convertido en una verdadera moda atacar esta festividad aludiendo primero a su origen pagano, poniendo a continuación de manifiesto su nombre y trasfondo cristiano, y finalmente destacando al consumismo asociado a este día. Pero para muchas parejas es simplemente un respiro en sus ajetreadas vidas, un momento para compartir con la persona que aman. Y les importa un pimiento la historia detrás del 14 de febrero, o cualquier otro aspecto. De la misma forma que -digamos lo que digamos- la mayoría aprovechamos las navidades para reencontrarnos con la familia. Ni más ni menos. La gente purista resulta desagradable a ojos de la ciudadana o del ciudadano medio. Solamente ven caricaturas de un ideal vociferando cánticos repetitivos e intolerantes. Dejemos que cada cual viva el amor como le dé la gana, que parecemos putos monjes franciscanos. Si estas parejas son felices; ¿qué problema hay?. Si se creen medias naranjas, o consideran que van a estar con esa persona toda la vida; dejadles en su burbuja. Hay cosas mucho más tóxicas y insanas, y no necesariamente en este tipo de relaciones monógamas de toda la vida. Ahora me entenderéis.
Parece que por llamar «libre» a nuestra forma de amar creemos que está libre -valga la redundancia- de todo lo que criticamos. Mirémonos al espejo, por favor. Así desfila diversa fauna en nuestros espacios:
- La pareja buenrollista que tiene una relación abierta que es sanísima de la hostia hasta que acaba como el rosario de la aurora, sumiéndose en una toxicidad extrema -escondiendo unos celos enfermizos tras sus sonrisas postizas- y derivando finalmente en una espiral de reproches mutuos.
- El «Casanova» que se apunta en su libretita a cuántas compañeras se ha follado este año, y que nos hace pensar a qué ha venido exactamente a nuestros espacios.
- La postmoderna o el postmoderno de turno que nos da la chapa para intentarnos convencer que nos han obligado a ser heterosexuales, y que para que no nos etiqueten con alguna fobia concreta deberíamos tener relaciones sexuales con todo el mundo (para no discriminar y eso, parece ser).
- El compañero hiperconcienciado con el tema feminista, que se ha leído toda la historia de Mujeres Libres, a las feministas autonomistas como Federici, y que habla en un perfecto femenino genérico… pero que luego maltrata a su compañera emocional (e incluso físicamente).
- El correctísimo compañero o la impecable compañera que tras ingerir grandes cantidades de alcohol u otras sustancias se convierten en babosas.
- Personas que realizan comentarios asquerosos sobre el aspecto físico o el cuerpo de su último ligue -ciertamente más repugnantes son los comentarios en sí que lo que podemos llegar a imaginar con ellos.
- Echar pestes de la ex o el ex de turno -que es una «loca» o un «gilipollas»- pero no ver la parte que os toca en que fracase una relación….
Y a todo esto lo llaman «amor libre». Son perfiles reales; no hay que buscar mucho. Y el que está detrás de este artículo no se cree mejor, y menos en lo que tiene que ver con los aspectos emocionales de las relaciones (eso que llamáis «cuidados»). ¿A quién pretendemos engañar? Mirémonos al puto espejo: no somos mejores, no somos especiales, no podemos tirar la última piedra. Cuando reconozcamos eso, y dejemos de cubrirnos con el velo de la hipocresía, quizás demos un pequeño paso hacia algo más sincero, y quizás mejor. Podemos ayudarnos mutuamente a mirarnos en ese espejo. Porque es muy fácil servirse de conceptos que utilizamos de forma grandilocuente, pero que nos hemos encargado de hacer que pierdan todo su significado. Ya no es la hora de grandes discursos, sino de pasar a la acción. En el amor, y en cualquier otra faceta de la vida. El movimiento se demuestra andando. Y quizás follando; por qué no. Pero no os obsesionéis demasiado con el sexo, sea con otra persona o de tipo masturbatorio: causa ceguera.
Secretario de Acción Criminal